Discurso pronunciado por el presidente del Partido Independentista Puertorriqueño
2 de diciembre de 2022

Queridos compatriotas y queridas compatriotas:

Comienzo por agradecer a Rosi, a Mari, a Teresa y a Juan Raúl por su generosidad al invitarme para compartir con ustedes unas reflexiones sobre su padre, el insigne patriota Juan Mari Bras.

Para poder comprender a cabalidad sus extraordinarias contribuciones a la lucha por la independencia de Puerto Rico, tenemos, antes que nada, que estar plenamente conscientes del tiempo y las circunstancias en las que le tocó vivir. Juan muy bien sabía que los seres humanos hacen su propia historia pero en condiciones dadas y determinadas.

Exactamente un siglo después de que en el 1827 naciera en el oeste de Puerto Rico, en Cabo Rojo, el padre de nuestra patria, Ramón Emeterio Betances, nació muy cerca de allí en Mayagüez, Juan Mari Bras, cuyo natalicio conmemoramos en el día de hoy.

Cuando Juan era apenas un niño, la semilla sembrada por Betances, Hostos y de Diego floreció plenamente en la década del 1930 bajo la inspiración de don Pedro Albizu Campos. Durante su infancia y temprana adolescencia, fue, por lo tanto, testigo no solo del fervor independentista sin duda mayoritario en esa época, sino también de la persecución inmisericorde que culminó con el encarcelamiento de don Pedro y con la Masacre de Ponce. ¡Huellas sin duda imborrables en el espíritu de un joven sensible!

Aunque la persecución de los años 30 despertó en nuestro pueblo aún mayor indignación y fervor patriótico, el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial en el 1939 impidió que se hiciera realidad la libertad de nuestra patria. Los Estados Unidos habían invadido a Puerto Rico en el 1898 por razones geopolíticas y militares y no iban bajo concepto alguno abandonar su bastión militar en el Caribe.

La historia de los años 40 es harto conocida. El liderato máximo del Partido Popular, que advino al poder con la consigna de Pan, Tierra y Libertad y la promesa “la independencia a la vuelta de la esquina” abandonó el cauce libertario obedeciendo los dictámenes de Washington. Y ya, para mediados de la década del 40, en los inicios de la Guerra Fría, expulsó a los independentistas de sus filas y se abrazó al colonialismo. Claudicación imperdonable que Neruda condenó para la historia en su Canción de Gesta, libro incautado por las autoridades aquí en Puerto Rico. Basta citar solo un par de versos: “Humilde traductor de tus verdugos, chofer del whisky norteamericano”.

Fue para esa época que Juan Mari Bras comenzó, primero en la escuela superior de Mayagüez y luego en la Universidad de Puerto Rico, a convertirse en un destacado líder de la juventud independentista. No es de extrañar, por lo tanto, que durante este periodo de su juventud su militancia culminara, a raíz de la huelga universitaria del 1948, con su expulsión de la Universidad y su posterior traslado a los Estados Unidos para concluir sus estudios universitarios. Al mismo tiempo en el 1946 se fundó el Partido Independentista Puertorriqueño bajo el liderato de don Gilberto Concepción de Gracia, partido por el cual don Santiago Mari Ramos, fue candidato a alcalde de Mayagüez en el 1948 y cuya campaña dirigió su hijo, Juan.

Comenzando en esa época a Juan le tocó luchar por la independencia de Puerto Rico en uno de los periodos más difíciles, complejos y turbulentos de nuestra historia libertaria.

Repasaremos someramente ese periodo. Desde el punto de vista político: el inicio de la Guerra Fría en 1945 y la furibunda represión antiindependentista por el gobierno de los Estados Unidos; el viraje procolonialista y antiindependentista del máximo liderato del Partido Popular y su implacable persecución encarnada en la Ley de la Mordaza del 1948; la fundación del Partido Independentista en el 1946; el retorno de don Pedro Albizu Campos en el 1947 y su posterior encarcelamiento; la Revolución Nacionalista de 1950 y su secuela en Casa Blair y el Congreso de los Estados Unidos; y el embeleco colonial del Estado Libre Asociado del 1952, al cual muy atinadamente se refiriera un político puertorriqueño de la época como “un muñeco de trapo”.

De otra parte, Puerto Rico pasó de ser una economía agrícola latifundista de capital absentista a una semiindustrial, también de capital norteamericano. Ese proceso se fundamentó en el exilio masivo de puertorriqueños y en las particulares condiciones de la postguerra que incluían un mercado abierto a los Estados Unidos sin competencia internacional debido a la postración económica mundial. A esas particulares condiciones se añadieron la cada vez mayor dependencia de fondos federales para mantener la economía precariamente a flote y las exenciones contributivas locales y federales que prevalecerían por décadas.

Más aún, la persecución y constante propaganda antiindependentista del liderato popular llevaron a un crecimiento del asimilismo que culminó con la elección de un gobernador estadista en 1968 y con el decrecimiento del independentismo. Ese proceso desembocó en el nefasto bipartidismo que padecemos hasta el día de hoy.

Fue durante las primeras décadas de la Guerra Fría, “la época de la adoración del becerro de oro”, que les tocó a los discípulos de don Pedro, a don Gilberto Concepción de Gracia y a Juan, ser líderes independentistas. Fieles discípulos dieron a respetar al independentismo. Por eso años después cuando siendo yo candidato a Gobernador se me acercó un compatriota y de muy buena fe me dijo que me respetaba aunque no votaría por mí, yo pude contestarle: “Prefiero tu respeto aunque no votes por mí a que votes por mí y no me respetes”. Lo demás, añado hoy, vendría por añadidura. Es cuestión de tiempo y circunstancia.       

Cuando entraba hacia mi oficina en la noche de hoy, no pude menos que recordar un suceso que aquí mismo aconteció. Subía yo por la escalera a mi oficina cuando alguien del salón de la facultad me llamó -Y quien me llamó fue alguien que muchos de ustedes conocieron, un gran puertorriqueño, Don Abraham Díaz  González-. Fue el día después de una de las muchas elecciones. Obviamente los independentistas nunca estábamos muy entusiasmados en esa época con los resultados electorales. Cuando llegué frente a Abraham me miró y me dijo: “Rubén, ¿Cómo está la cosa? “Para adelante siempre Abraham” y él me dijo: “No te preocupes, lo importante no son las flores, lo importante son los amores”. Y repito. Lo demás vendría por añadidura. Es cuestión de tiempo y circunstancia.

II

Y desde las primeras décadas de la Guerra Fría y hasta el día en que en el año 2010 partió más allá de las puertas del misterio, fue que Juan Mari Bras demostró su gran calibre y su creatividad como uno de los grandes en la historia de nuestra lucha.

Ante todo, y sobre todo, Juan fue constante e inquebrantable en el objetivo que une a todos los patriotas: el logro de la independencia de Puerto Rico. Siempre de pie frente a la más feroz persecución, llegando a padecer la pena incalculable de ver a su propio hijo asesinado por el pecado de ser su hijo. Ningún otro patriota en nuestra historia ha tenido que pagar ese precio.

Ante todas las tempestades de aquel entonces y las que tendría que enfrentar el resto de su vida, Juan Mari Bras dejó un legado imperecedero. Ya lo dijo Martí: “El único autógrafo digno de un hombre es el que deja escrito con sus obras”.

Siempre insistió en la necesidad de atar la lucha por la independencia con la lucha por la plena justicia social. Siempre estuvo del lado de los desposeídos, de los más necesitados, de la clase obrera, de los que trabajan y padecen. No puedo menos que recordar lo que hace años me dijo un compañero, hiperbólicamente pero con gran atino, “Juan Mari Bras le enseñó a Puerto Rico a piquetear y a marchar por sus derechos”. Y es que Juan le insufló bríos y militancia a la lucha por la libertad y la justicia social en tiempos de letargo y deslumbramiento colonial. Fue entonces que lanzó la consigna: “Despierta boricua, defiende lo tuyo”.

Y cuando se le cerraba una puerta, abría otra y otra. Ensayó y exploró todos los caminos, todos los métodos posibles; desde los clandestinos hasta los civiles y jurídicos.

Desde la escuela superior, pasando por su liderato en la huelga universitaria del 1948, su militancia y postulación a un escaño legislativo por el Partido Independentista en 1956 y su asesoramiento legislativo a don Gilberto, hasta la creación del MPI y la abstención electoral, la fundación del PSP y luego de Causa Común, el Congreso Nacional Hostosiano y el MINH, siempre tuvo un norte en su vida: la independencia y la justicia.

Pero la fecundidad y creatividad de Juan no paran ahí. Comprendió, como de Diego, que Puerto Rico “es parte de la bola del mundo” y amplió a nivel latinoamericano e internacional el apoyo a la independencia de nuestra patria. El respaldo de los Países No Alineados y de la comunicad internacional han sido, en buena medida, fruto de la incansable labor de Juan: desde las gestiones para la inclusión de PR en la agenda del Comité de Descolonización de la ONU hasta la comparecencia de innumerables puertorriqueños ante ese foro y las resoluciones demandando nuestra libre determinación e independencia, resoluciones que hoy se aprueban por unanimidad.

Juan estaba también convencido de que había que librar nuestra lucha, no solo a nivel nacional aquí en Puerto Rico y a nivel internacional, sino también en los Estados Unidos y, particularmente, entre lo que hoy en día se conoce como la diáspora. Por eso dedicó muchas energías a la organización y dispersión del mensaje libertario en los Estados Unidos. Testimonio de ese esfuerzo no fue solo el gran acto a favor de nuestra liberación en el Madison Square Garden en 1974, sino las innumerables organizaciones y personalidades que hoy enarbolan la bandera independentista en los Estados Unidos.

Podría extenderme exaltando también los valores extraordinarios de Juan como periodista y fundador del periódico Claridad y sus méritos como ensayista, jurista, profesor universitario y orador sobresaliente.

Pero resisto la tentación y prefiero destacar su calidad como ser humano. Hombre de honradez personal intachable, que para usar una frase, un poco cursi pero certera, de un viejo independentista de Cidra, “nunca se acostó en el mullido cojín de las conveniencias personales”. Y yo puedo dar testimonio de propio y personal conocimiento que nunca faltó a una palabra que conmigo empeñara.

Es posible que algunos de los aquí presentes (todavía no muy conscientes de lo complejo y contradictorio de la historia) se estén preguntando por qué me he limitado al análisis de los méritos de Juan sin haber hecho referencia a las diferencias tácticas o estratégicas que ambos tuvimos.

A esos les contesto con las palabras de Martí y cito: “Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz”. Yo soy de los agradecidos.

Pero voy más allá. Quiero recordar a todos que cuando comparamos nuestra lucha con otras luchas por la independencia, y gracias en gran medida a Juan Mari Bras, entre las diversas agrupaciones independentistas siempre se mantuvo, aún ante las diferencias y discrepancias, un alto nivel de respeto. Aquí en Puerto Rico, en contraste con otras luchas libertarias (incluyendo la latinoamericana, la estadounidense y en nuestros tiempos la palestina) la sangre nunca llegó al río. Sabemos que hombres y mujeres, patriotas todos, pueden diferir de la mejor buena fe. Y más aún, poco a poco hemos ido aprendiendo los unos de los otros.

III

Dicho todo lo anterior, quiero recalcar que, por fortuna, en la última parte de su vida Juan pudo ver cómo se iban derrumbando los obstáculos que han impedido nuestra libertad. Así, esperanzado, me lo manifestó personalmente frente al compañero Fernando Martín, allá en la playa de Vieques.

Luego del final de la Guerra Fría la presencia militar de los Estados Unidos en Puerto Rico contra la cual Juan luchó desde su juventud, y que fue la razón fundamental para la invasión del 98, recibió un golpe mortal en Vieques. De otro lado, durante las últimas décadas del pasado siglo, los privilegios contributivos coloniales fueron extinguiéndose paulatinamente y la internacionalización de la economía fue haciendo trizas de los viejos argumentos tarifarios y de mercado que se esgrimían contra nuestra independencia. El modelo económico colonial se iba derrumbando.

Pero, de otro lado, la historia también ha sido muy injusta con Juan ya que no pudo alcanzar a ver personalmente las muy favorables corrientes de los últimos años.

No pudo ver la derrota del colonialismo en el plebiscito del 2012. Tampoco pudo ver la confirmación, de lo que Juan sostuvo durante toda su vida, cuando la Corte Suprema de los Estados Unidos, ratificó la naturaleza colonial del mal llamado Estado Libre Asociado al resolver el caso de Puerto Rico vs Sánchez Valle del 2016; decisión que fue remachada por la rama legislativa federal con la aprobación de la infame Ley PROMESA.

Tampoco pudo ser testigo luego del plebiscito del 2020 del pavor y la renuencia del Congreso de los Estados Unidos ante la posibilidad de la estadidad. La estadidad es un fantasma y los Estados Unidos le huyen como el diablo a la cruz.

IV

Pero la historia le hará justicia a Juan, porque él también nos legó luz para alumbrar el camino en los tiempos actuales tan lisonjeros para nuestra libertad. Él también sabía luchar, como de Diego y don Gilberto, “dentro del régimen en contra del régimen” cuando la historia así lo demandara.

Esto lo demostró en innumerables ocasiones. No solo mediante su participación en eventos electorales, sino acudiendo a las cortes coloniales en defensa de los trabajadores y los derechos civiles y para lograr una más justa participación de fondos públicos destinados a campañas electorales para los partidos defensores de la independencia. También hay que destacar sus valiosos esfuerzos por desmitificar la ciudadanía americana y exaltar nuestra propia ciudadanía.

Y tan o más importante que todo lo anterior, Juan fue factor fundamental al anticipar y promover un mecanismo y una estrategia inestimable para la lucha del presente. Y me refiero a su insistencia en la Asamblea de Estatus o Asamblea Constituyente para resolver el problema del estatus y encaminarnos hacia la libertad.

Desde principios de la década de los 60, el compañero Juan comenzó a impulsar ese mecanismo de progenie albizuísta, tanto en la arena pública como en el Colegio de Abogados y Abogadas. Demás está decir que ese mecanismo –en sus diversas versiones y bajo diversos nombres– es hoy respaldado por amplios sectores de nuestro pueblo y que forma parte del programa del Partido Independentista Puertorriqueño.

El mecanismo es sencillo y se fundamenta en una realidad innegable. Los Estados Unidos no van a enfrentar el problema del estatus hasta que los puertorriqueños y puertorriqueñas no les causemos una crisis política que los obligue a enfrentarlo. Vieques así lo demostró.

Reitero hoy lo que ya he dicho anteriormente. Ante las nuevas realidades que vive Puerto Rico, hay que trazarse como objetivo obtener el poder político para establecer una administración honrada y justa y para encaminar un proceso, un mecanismo que nos lleve a la descolonización de nuestra patria y forzar a los Estados Unidos a reconocer su obligación descolonizadora.

Y, para el logro de ese objetivo, hay que impulsar una estrategia, un mecanismo, un procedimiento que les permita a los que todavía no son independentistas, pero que respaldan la descolonización, apoyar a un gobernador de intachable historial independentista y a un gobierno comprometido con la descolonización y con la voluntad necesaria para forzar a los Estados Unidos a enfrentar su obligación descolonizadora. De esa forma, los votantes, aunque todavía no sean independentistas, podrán, por ejemplo, votar en las próximas elecciones por un candidato a gobernador independentista y por una administración comprometida con un buen gobierno y con la descolonización.

Se abre, por lo tanto, la posibilidad de acciones electorales concertadas entre las diversas fuerzas que aspiran a la descolonización.

Ese procedimiento, ese mecanismo, esa Asamblea Constituyente o de Estatus, sería una institución compuesta por delegados elegidos por nuestro pueblo en representación de las diversas opciones de estatus no territoriales y no coloniales.

Hay que dejar claro que esa Asamblea de Estatus o Constituyente no es la que decidirá el estatus futuro de Puerto Rico. Eso lo decidirá el pueblo en votación directa. La Asamblea será el interlocutor indispensable y representativo para negociar con el Congreso de los Estados Unidos las condiciones y los procesos de transición de las diversas alternativas. De esa forma, en su día, nuestro pueblo estará en posición de decidir sobre alternativas reales y no imaginarias. Podremos, entonces, decidir entre la independencia, que es nuestro derecho inalienable, y las otras alternativas que el Congreso de los Estados Unidos esté dispuesto a considerar.

Reitero lo que he dicho anteriormente, al final de ese proceso llegará el momento de la suprema definición. Los independentistas aspiramos a convencer a quienes todavía no son independentistas para que respalden la independencia. A su vez, quienes promueven otras opciones de estatus tendrán igual derecho a promover sus respectivas alternativas.

Yo estoy firmemente convencido de que en ese momento de la suprema definición, nuestro pueblo respaldará la alternativa de un Puerto Rico libre, democrático y soberano con relaciones cordiales con Estados Unidos y con todas las naciones del mundo. Una república para unirnos al mundo.

En cuanto a la estadidad, además de ser contraria a la naturaleza de la federación americana, y por lo tanto inaceptable para los Estados Unidos, tengo la firme convicción de que muchos de nuestros compatriotas estadistas se darán cuenta de que la estadidad para Puerto Rico además de ser un fantasma y un mito, es incompatible con la preservación y fortalecimiento de nuestra nacionalidad que todos valoramos.

Descartada la colonia y natimuerta la estadidad, se vislumbra en el horizonte la Tierra Prometida. Agradecimiento eterno al patriota y compañero Juan Mari Bras que tanto luchó para que llegara este momento.

Martí, apóstol y maestro, nos enseñó y lo cito: “Para ir delante de los demás, se necesita ver más que ellos”. También aprendimos que unos ven por hoy, que son los más; y otros ven por hoy y por mañana, que son los menos, que es como se debe ver en las cosas de los pueblos.

En la lucha por la libertad de nuestra patria Juan vio por hoy y por mañana. Estamos hoy aquí para honrar su memoria y para, agradecidos, decirle desde esta orilla, que el mañana se acerca.

¡Qué viva Puerto Rico libre!