Buenas noches y saludos a todos y todas. Quiero agradecerles por acompañarme hoy en esta conmemoración y celebración de la vida y de los aportes de Don Juan Mari Brás. Mi agradecimiento especial a la Fundación Juan Mari, por extenderme esta invitación.
Yo no conocí personalmente a Don Juan. Pero, vengo de una familia que se comprometió con la lucha de la independencia desde que tengo uso de razón, y los andares de don Juan, así como de otros y otras luchadoras por la independencia de nuestro país eran siempre parte de nuestra conversación y formó parte fundamental del desarrollo de mi conciencia sobre lo que es ser puertorriqueña.
Me invitaron para compartir con ustedes mi pensar sobre lo que hoy significa la lucha por la independencia de nuestro país, y en ese sentido, creo que es importante mirar a los aportes de Don Juan como un punto de partida, de arranque y de impulso al trabajo que es necesario seguir haciendo, pero también, al que es necesario comenzar a hacer.
Hoy, como en el pasado, vivimos un momento coyuntural en nuestra historia. Cuando eso pasa es importante tener claridad de consciencia, solidaridad, y acuerdos lúcidos que ayuden a definir una estrategia de lucha. Puerto Rico hoy ha visto el peso de la opresión colonial agravarse sobre nosotros y nosotras a pasos agigantados. Con la imposición de la Junta de Control Fiscal en el 2016, lo que hemos vivido es una aceleración del despojo de nuestros servicios públicos, de nuestro patrimonio, de nuestro territorio, dejándonos cada vez con menos recursos y más incertidumbre. Las políticas impuestas favorecen la gentrificación y empujan a un sector cada vez más grande de nuestra población a vivir en condiciones de pobreza y violencia estructural. Estos procesos se sienten como una olla de presión que nos obligan a escapar, que parecen empujarnos al traslado, al destierro, incierto también. Pero ese desplazamiento poblacional es una estrategia más del coloniaje al que hemos sido sometidos, utilizada de manera consistente por gobiernos opresores, racistas y elitistas. Es una manera más de ocupar el territorio colonizado y explotar sus recursos para el beneficio de unos pocos, de anexionarse el territorio que no les pertenece, causando mayor dependencia y disminuyendo las posibilidades de un ejercicio autónomo de independencia.
Estas políticas no afectan a todas las personas de la misma manera. La desigualdad en nuestro país es evidente para algunos, pero no para todos. Porque en la colonia siempre hay grupos privilegiados. El mayor peso de ese despojo recae particularmente sobre quienes históricamente han sido marginados de todo tipo de toma de decisión.
Por eso cuando pienso en la lucha por la independencia de mi país, siempre tengo que pensar que es una lucha contra el coloniaje. Y el coloniaje en todas sus dimensiones. La independencia debe llevarnos al despojo de esa condición colonial y a una verdadera emancipación. Ese proceso lo identifico en tres niveles: el personal, el colectivo y el internacional.
Como punto de partida, creo que el coloniaje debe enfrentarse primero a nivel individual. Ese coloniaje que se nos mete en la piel y que nubla el pensamiento, que produce desigualdades de las que terminamos siendo parte. Porque la colonia, en ese sentido, es como lo define Franz Fanon, una gran enfermedad, de la que no estamos exentos ni exentas. Y me parece apropiado que en tiempos de pandemia, utilicemos el pensamiento de se gran estudioso del poder colonizante para redefinir donde estamos y hacia donde vamos.
Para hablar de verdadera independencia, es necesario reconocer que cargamos con el peso de esta enfermedad. El coloniaje nos ha afectado, y es importante que nos miremos en el espejo, y nos atrevamos a identificar en ese reflejo los efectos de esta condición. Es un ejercicio personal, íntimo, pero también colectivo, nacional, regional y continental. Este ejercicio, es en esencia, la verdadera emancipación. La que nos lleva a enfrentar nuestros propios fantasmas, nuestras opresiones, tanto las que nos han impuesto, como aquellas de las que hemos o seguimos formando parte. La que nos lleva a preguntar críticamente lo que nos han hecho creer. Nadie se salva, en la colonia todos fuimos expuestos al virus de la enfermedad y aquí no hay vacunas para evitarla. La única salida es aprender a enfrentarla, reconocerla y a sacarnos una por una las capas de esa costra que se nos ha pegado a la piel y al pensamiento y que se reproduce en nuestro diario vivir. El patriarcado, el machismo, la violencia intrapersonal, son parte de esa lacra que necesitamos enfrentar y que tanto daño ha hecho a nuestro movimiento independentista. No puede haber verdadera emancipación e independencia cargando con esos niveles de desigualdad en las pupilas.
A nivel colectivo, las opresiones del coloniaje están claramente presentes en las políticas impulsadas desde el gobierno administrador y sus estructuras, generando distintos tipos de desigualdad y violencia que vemos en procesos judiciales, en el sistema carcelario, en la falta de vivienda segura, en la ausencia de servicios para la protección y desarrollo de nuestra niñez, en el masivo cierre de escuelas, en la falta de transporte y servicios médicos y hospitalarios en Vieques, en la ausencia de alternativas de desarrollo y autonomía para las mujeres, y en general, la falta de oportunidades que afectan particularmente a personas pobres, negras, migrantes, ancianas y privadas de libertad. Las desigualdades que se ven allí son producto también de ese coloniaje elitista, patriarcal y misógino. Para mí, la verdadera independencia requiere un despojo total de esas opresiones con las que hemos cargado y vivido siempre, tanto las personales y las colectivas.
A nivel regional e internacional, el ejercicio de la emancipación requiere un nuevo reconocimiento de nuestra identidad como puertorriqueños y puertorriqueñas, con dignidad, respeto y valores reconocidos a todos los sectores de la población, y en especial para quienes han pagado el peso más profundo de nuestra condición. Es importante también, reconocernos pertenecientes a una región que aún vive bajo la sombra de una historia colonial muy presente, con nuevas tácticas, nombres y andamiajes. Y que las fuerzas colonizantes y avasalladoras que quieren acabar con nosotros y sacarnos a la fuerza de nuestro país, son las mismas fuerzas que quieren acabar con nuestras hermanas y hermanos en la región.
Este proceso de emancipación colonial, requiere que nos indignemos con la intervención permanente de Estados Unidos en Puerto Rico, pero también con su ocupación en Haití, que denunciemos el bloqueo a Cuba, pero también que expresemos nuestro repudio a la detención y deportación masiva de mujeres embarazadas en República Dominicana, así como que repudiemos la condición de apatridia a que han sido sometidas tantas hermanas y hermanos negras en República Dominicana y en Las Bahamas, en Colombia y en Brasil. Que repudiemos enérgicamente la extracción de recursos naturales, la privatización del agua, el desplazamiento masivo de poblaciones indígenas en Centro América, y en el Caribe, y la persecución, detención y desaparición de activistas y defensores en nuestra región. Es necesario que nos reconozcamos como parte de esas luchas también. Que el carbón que se quema aquí en la planta de AES, no sale de aquí, sale de las minas de carbón sur y centroamericanas, donde se explota a la población indígena y se le imponen condiciones de pobreza y contaminación extrema. Estamos conectados.
Por eso, yo creo en una independencia que no es un fin en si mismo, si no un proceso que debemos vivir día a día, hasta que la logremos completamente. La independencia, nuestra emancipación del coloniaje, no puede estar divorciada de otros procesos de liberación y emancipación que se están dando en nuestra región. No podemos, no debemos enajenarnos de esa cadena que nos ha impuesto el coloniaje, a través del capitalismo transnacional impulsado por Estados Unidos y por el capital privado. Es una realidad compartida, y por ello la solidaridad de los pueblos debe ser eje principal de nuestra lucha.
Por eso, desde que comencé mi carrera como abogada internacional me enfoqué en los derechos humanos como una herramienta de trabajo, acompañando a poblaciones violentadas por esas fuerzas de opresión. Y en el proceso aprendí de las personas a quienes tuve el privilegio de acompañar en sus denuncias internacionales y de los colectivos que mantienen redes de apoyo en la región. Aprendí que la lucha de Puerto Rico en contra del coloniaje es fundamentalmente una lucha por el reconocimiento de sus derechos humanos, de nuestro derecho a existir como pueblo, de nuestro derecho a exigir respeto y dignidad. Con la dificultad de que no existen espacios fácilmente abiertos para ventilar nuestros reclamos. Que Estados Unidos se ha encargado de torpedear e impedir nuestro acceso a las mesas internacionales de discusión, y en el camino nos ha hecho pensar que no podemos exigir en ellos nada, que el derecho internacional no nos aplica. Un discurso que es repetido por voces colonizadas y colonizantes, aquí, y en el Congreso de Estados Unidos.
Yo creo firmemente en nuestro derecho a tener voz y reclamar ese espacio dentro de la comunidad internacional de la que formamos parte. Esto lo conocía don Juan, y por eso se encargó de mantener una presencia activa junto a otros y otras en los espacios de las Naciones Unidas, tendiendo puentes diplomáticos y manteniendo relaciones políticas activas con países hermanos. Y gracias a esos esfuerzos se abrió paso a la discusión de Puerto Rico ante el Comité de Descolonización.
Por mi parte, yo creo e insisto en que abramos espacio también en sistemas regionales de protección de derechos humanos (con todos los desaciertos que estos sistemas puedan tener), porque desde mi perspectiva, nuestro reclamo debe ventilarse en todos los espacios posibles, especialmente en los foros de derechos humanos, porque nuestra condición es una violación múltiple y continua de derechos humanos con consecuencias terribles para nuestra posibilidad de subsistir como pueblo.
Por eso, nuestro camino a la independencia requiere que identifiquemos las estructuras opresoras aquí en nuestro país y exijamos su desmantelación desde Puerto Rico y en todos los foros que sean necesarios. Este trabajo es necesario hoy más que nunca. Las discusiones recientes en Estados Unidos impulsadas por ciertos sectores con una agenda anexionista intenta tergiversar la realidad de nuestra condición colonial, definiéndola como un problema de discrimen contra una minoría dentro de los Estados Unidos. Este argumento no se sostiene en el derecho internacional. Esta afirmación, es una nueva forma de tratar de legitimar el proceso de anexión al que hemos sido sometidos desde la invasión a Puerto Rico por el gobierno de Estados Unidos. Fue el mismo argumento legal adelantado por el ex gobernador Pedro Roselló en un caso internacional que presentó ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Tomando en cuenta el impacto de este caso para Puerto Rico y para la región, desde nuestra Clínica de Derechos humanos, y junto al Prof. Steven Lausell, decidimos presentar un Escrito de Amigo de la Corte, para aclarar que, aunque es cierto que el caso de Puerto Rico es un grave ejemplo de violaciones múltiples a los derechos humanos, estas violaciones no surgen de una condición de minoría dentro de Estados Unidos, sino porque Puerto Rico es un pueblo ocupado por otro al que no se le ha permitido ejercer su derecho a la descolonización.
Hace unos días estuvo en Puerto Rico el Relator de Naciones Unidas sobre derechos de minorías, y uno de los aspectos que hubo que aclararle, fue precisamente que Puerto Rico no tiene la condición de minoría dentro de otro país, sino la condición de pueblo ocupado, y que el derecho internacional reconoce nuestro derecho inalienable a la auto-determinación. El Relator tuvo oportunidad de escuchar múltiples testimonios sobre violaciones de derechos humanos contra poblaciones específicas en las islas de Puerto Rico y Vieques. Testimonio tras testimonio, se denunció al Relator la intervención de una Junta de Control Fiscal, impuesta por Estados Unidos, como claro ejemplo de nuestra condición colonial.
Este es parte del trabajo que nos toca hacer. Un trabajo de denuncia continua, local, regional e internacional, y de lucha para reafirmar nuestra verdadera identidad como pueblo, creer en lo que tenemos y podemos hacer, y darle paso a un proceso continuo de afirmación puertorriqueña, caribeña y latinoamericana.
Por suerte, contamos con un pueblo sabio, que ha reconocido que los indispensables son ellos y ellas mismas. Y toman en sus manos el ejercicio de la independencia y la soberanía paso a paso, todos los días. Lo vemos en proyectos comunitarios que buscan la independencia energética. Lo vemos en el desarrollo de sistemas agroecológicos en manos de agricultores jóvenes y viejos que labran la tierra codo a codo, pensando en lo que es posible. Lo vemos en grupos colectivos de apoyo mutuo que han retomado espacios abandonados por el Estado y los han convertido en cooperativas de vivienda y centros de trabajo. Lo vemos en la resistencia de pescadores y pescadoras de Aguadilla, que se niegan a abandonar sus espacios de vida y trabajo, a pesar de que el gobierno ha hecho todo lo posible para desplazarlos. Le vemos en las luchas ganadas, que no han sido pocas y lo vemos también en las que nos faltan por ganar. Este no es el momento de abandonar el barco y salir corriendo, este no es el momento de ceder, este sigue siendo el momento de la resistencia, sigue siendo el momento de denunciar, de acompañarnos en nuestra lucha y de exigir el reconocimiento de nuestra identidad y nuestra libertad. La lucha sigue. Lo han intentado de todas las formas posibles pero de aquí no nos han sacado, y de aquí no nos van a sacar. Este es nuestro pedazo de mundo en la tierra. De aquí no nos saca nadie.
¡Que viva Puerto Rico Libre, y que viva Juan Mari Bras!