Mi querida amiga Alida Millán me ha hecho un pedido algo difícil: escribir sobre Juan Mari Brás en el plano personal, totalmente alejado de su rol político. Aunque fueron muchos los años de amistad y de compartir más allá de lo político, realmente tengo mis dudas de cómo cumplir con las expectativas de la encomienda que se me ha hecho.
Aunque es inevitable mencionar rasgos de su personalidad, no se trata de desarrollar un perfil sicológico del amigo. Ni tengo el adiestramiento para ello, ni hay razón alguna para intentarlo.
Me parece que basta con recordar algunos momentos de ese compartir refrescante en las pocas pausas que dejaba el trabajo político. Juan tenía un sentido del humor muy fino y que muy pocas veces dejaba escapar. Las cosas que le pasaban en “la calle” las relataba con una chispa única.
Recuerdo su relato de cuando fue a las oficinas del Registro Demográfico a inscribir a su hija menor y tomó un número y se sentó a esperar que lo llamaran. Decía Juan que la doña a cargo de la sala desde su escritorio al frente y con la mirada puesta en él advertía con autoridad típica de esas funcionarias de gobierno: “Los abuelos no pueden inscribir sus nietos, tienen que ser los padres.” Como Juan no se movía, al poco rato la señora volvió con la misma advertencia, “Los abuelos no pueden inscribir sus nietos...” La segunda vez las miradas de los presentes se volcaron hacia él. Termina Juan su relato de una tarde incómoda diciendo: “Esto le pasa a uno por tener hijos nietos.”
Juan era un hombre tímido. Muchos confundieron su timidez con arrogancia. Recuerdo la campaña electoral de 1980 con él de candidato al Senado y yo a la Cámara por el Partido Socialista Puertorriqueño. Aquellas caminatas eran para él traumáticas cuando adquirían tonos de carnaval. Un día caminábamos por la calle principal de un pueblo precedidos de música, bocinas y sirenas y se me acercó al oído y me dijo: “Me siento como el elefante del circo.”
Juan tenía una característica admirable, nunca llevaba al plano personal el diferendo político que tuviera con algún compañero o compañera. Nunca lo vi negar el saludo o cuestionar el independentismo de quien discrepara de él. En el Congreso del PSP de 1976 la dirección del partido había trabajado de forma forzada una mayoría a favor de la participación electoral. Cuando se trae el tema a discusión en el pleno del Congreso, Edwin Reyes, Radamés Acosta, Elliott Castro y yo consumimos turnos en contra de ir a las elecciones. (Hubo un quinto opositor que no recuerdo). Varios miembros de la máxima dirección tomaron turnos a favor. La mayoría favoreció la participación electoral pero el número de votos en contra fue sorprendentemente alto, lo que evidenciaba que no había tal consenso. Se decretó un receso luego de la votación y un par de miembros de la dirección me pasaron por el lado con caras serias evidentemente molestos por haber provocado el debate. Poco después se me acercó Juan sonriendo y me dijo: “Si sigues debatiendo no vamos a las elecciones. Si rascas mucho la piel socialista encontrarás una capa nacionalista mucho más fuerte”.
Por otro lado, en su columna Comentario Político en ocasiones parece que escribía con una metralleta en la mano, especialmente cuando se refería a los “grupúsculos”, vocablo que Juan popularizó al referirse a los pequeños grupos independentistas.
El tempo de Juan siempre era el mismo, tenía una sola velocidad, no importa si reinaba la calma o el momento era de tensión. Nunca lo vi agitado, gritando o fuera de control no empece el coraje que tuviera. Nunca tenía reloj y sin embargo era muy puntual.
Creo que muy poca gente tuvo la oportunidad de oír a Juan de imitador. Como a casi todo el mundo le pasa, para hacer esas cosas, la actuación tiene que estar precedida de un par de tragos. Juan no era la excepción. Los que conocimos a Isabelino (Pucho) Marzán y le oímos en la tribuna reconocemos en Pucho uno de los oradores de mayor atracción en la política puertorriqueña. Pucho era barbero, militó en el viejo Partido Socialista y fue Representante a la Cámara por el PIP. Era el más solicitado por la base del PIP para sus actos políticos. Las anécdotas y cuentos de Pucho en la tribuna eran tema en cualquier reunión. Juan lo imitaba a la perfección. Conocía el contenido de sus discursos y sus intercambios con la gente desde la tribuna, lograba a su vez la voz y el tono de Pucho en una imitación perfecta.
Siempre sentí que Juan trataba a todo el mundo igual. Oía a todos con interés. Una vez en una actividad política le comenté sobre lo largo y aburrido que había sido uno de los discursos y me dijo: “Pero… siempre hay algo interesante.”

 
Publicado en En Rojo, 1-7 de diciembre 2011.